La parábola esgrimió un nuevo significado cuando le pedimos peras al olmo. Quiero un auto y un trabajo con sentido, consentido no soy pero me gustaría que sucediera por obra y gracia de nuestro (se)ñor, ése en que no creo mucho—o nada para ser honesto.

Predigo una visita y caminata, una búsqueda de conexión a esa sociedad de mi periferia. Al revés, yo soy la periferia y busco un noray para descansar unos minutos. ¿Cuándo fue la última vez que dijimos cuándo te veo?

Leo los periódicos, que frecuentemente cuentan salvajadas: intolerancia explotando en las esquinas. Debería ser obligatorio existir como immigrante, darse cuenta de que el chico pelo tieso quiere lo mismo que tú (¿te has visto al espejo? Tú, también chico pelo tieso). ¿Cuándo vamos a comer juntos?

¿Cuándo me vas a preguntar cuándo cualquier cosa?

El tren que vive de parábolas.