Vienes tarde otra vez, como tren de carga

Author: Luis Page 7 of 15

En una noche cualquiera…

…de 1989 el personal de Tren de Carga se dirigió al Café del Cerro para presenciar un recital del flaco, quien acompañado solamente por su guitarra nos deleitó por un par de horas.

Esta foto tomada con mi, hoy en día reliquia, Pentax MX, lente de 50 mm 1.4 es el único vestigio de nuestra visita (más allá de nuestras memorias).

La música del flaco me ha acompañado desde 1983, cuando mi amigo eterno Gustavo Peña y Lillo me prestó Kamikaze en Mendoza, Argentina. Luego el flaco me siguió a la universidad, postgrado y diáspora. Cuando supe de su muerte pensé en qué canción (de cientos) debería acompañar este post. Después de darle vueltas por un par de días llegué de regreso al comienzo: “Barro tal vez” de Kamikaze.

Si no canto lo que siento,
me voy a morir por dentro

Hay algunos que piensan que no es realmente importante, pero por algo ocupó la primera página del Clarín.

Clarin.jpg

De más

De más está decirle que para el país es muy importante que personas de su calidad evalúen los proyectos que concursan,
con el fin de asegurar una correcta asignación de los recursos públicos.

Email de CONICYT solicitando evaluación de un proyecto. Bueno, si está de más, de más está ponerlo. Ingenuamente uno les dice que sí y después continúan spamming para el resto de la vida. 🙁

Mapuches y Chilenos: ¿Qué perdemos?

El conflicto, tema, problema o asunto mapuche es una de esas noticias recurrentes en Chile y es frecuentemente presentada en términos de ellos versus nosotros. Mi primer encuentro personal con el conflicto fue visitando la zona de Puerto Saavedra, unos 25 años atrás, cuando presencié el siguiente diálogo:

— ‘Mari mari peñi’ saludó mi compañero de viaje, haciendo gala de su básico conocimiento de Mapudungun.
— ‘No soy tu hermano, chileno’ fue la respuesta escueta y dura.

Esas simples palabras derrumbaron mi estereotipo de libro de historia en el colegio, en que los mapuches aparecían de vez en cuando como actores de reparto, en que ya jugaron su rol y fueron asimilados después de una lucha valiente. Me quedé mudo y guardé el recuerdo —junto a muchos otros de ese viaje, incluyendo la cálida acogida en una ruka— hasta hoy.

Varios autores presentan esta división como un acto de privación, en que sólo ellos pierden, eternamente postergados, mientras nosotros continuamos nuestra vida normal. Sin embargo, me parece ingenuo olvidar nuestra privación. Nuestra cultura es más pobre porque ignoramos pueblos enteros, la mayoría hablamos solamente un idioma (y a duras penas) mientras nuestra toponimia es rica en palabras que no entendemos, llegamos incluso a limitar las oportunidades laborales de muchos compatriotas porque no tienen el ‘fenotipo apropiado’ para un cargo: son ‘muy mecha tiesa’ a su pesar. Probablemente dejaríamos de perder al entender que la mayoría no somos ni ‘ellos’ ni ‘nosotros’, somos mestizos.

El conflicto, tema, problema o asunto mapuche es presentado mayoritariamente desde una ’sensibilidad’ de izquierda. Yo prefiero verlo desde un punto de vista liberal, sí de mercado y libertades personales. Un buen comienzo es Hernando de Soto, economista peruano, quien se preguntó cuál era el Misterio del Capital y por qué teníamos grupos exitosos económicamente mientras otros estaban sumidos en la pobreza. Su respuesta fue que el mercado (y el capitalismo en general) puede funcionar bien cuando hay derechos de propiedad claros. Cuando quitamos tierras, cuando devolvemos tierras ‘con condiciones’, cuando tratamos reclamos válidos como actividad terroristas estamos restringiendo la libertad de propiedad y, al mismo tiempo, la libertad de los mapuches de decidir por si mismos.

Por mucho tiempo hemos infantilizado a grupos completos de nuestra población, los hemos empujado a una dependencia precaria del Estado y, como resultado, estamos deteriorando su (y nuestra) cultura. Este resultado es lo opuesto a lo que busca un liberal y hace que como país seamos menos de lo que podríamos ser.

Falta de imaginación

Hasta ahora había ignorado la discusión del proyecto hidroeléctrico Aysén: hay un número limitado de cosas a las que puedo prestar atención desde la distancia. Pero comencé a leer un artículo en El Post, escrito por Pablo Larraín, que mostraba mucha carencia de imaginación y limitación de opciones. Aquí va mi respuesta:

Estimado Pablo,

Voy a comenzar reconociendo algo simple: no me gustan la mayoría de los grupos ambientalistas. Mi razón principal es que no los considero ’suficientemente serios’ en materia técnica y con motivaciones más que nada políticas. Soy de las personas que, un par de días atrás, esbozó una sonrisa cuando el registro de Greenpeace como caridad en términos impositivos fue anulado en Nueva Zelandia por ser una organización mayoritariamente política.

Sin embargo, y por supuesto que a esta altura deberías esperar un pero, encuentro tu argumento terriblemente poco convincente. Es fácil descalificar al adversario y apelar al ridículo: ellos repiten ‘mantras’. Por otro lado, los argumentos que presentas son: necesitamos desarrollo (una canasta de trabajo, compra de libros, recitales y otras cosas más), eso implica que necesitamos más energía, por lo tanto y dado que hay solamente tres opciones implica que el proyecto es una buena idea.

No hay alternativas ’serias’ va junto a una pregunta simple ¿Quién debería proponer alternativas?. Abrí mi copia de ‘Physics for future presidents’ un libro muy entretenido escrito por el físico Richard A. Muller del Lawrence Berkeley Laboratory en California. Con información básica podemos hacer unos cálculos en una servilleta: energía solar que llega en promedio por metro cuadrado: 1 kilowatt. Digamos que una celda solar puede capturar 15 por ciento de ese valor: 150 watts. Nos cuentas que el proyecto Aysén va a producir 2750 megawatts, o sea 2.7x 10^9 watts. Si calculamos 2.7×10^9/150 obtenemos la cantidad de metros cuadrados: 1.8×10^7. Suena a un montón, pero considerando que un kilómetro cuadrado es 10^6 metros cuadrados, tenemos que necesitaríamos 1.8×10^7/10^6, o sea 18 kilómetros cuadrados de celdas solares: aproximadamente un cuadrado de 4.3 kilómetros por lado puesto en el norte de Chile. No suena imposible. Claro, habría que hacer un estudio de factibilidad, pero ese cálculo simple me tomó 5 minutos. ¿Cuán seriamente hemos evaluado las alternativas? Dada la irreversibilidad de la decisión, ¿deberíamos estar tan apurados en activar el proyecto?

Un par de años atrás me encontré con la siguiente frase en un templo en Kyoto: “No son las cosas externas las que nos restringen sino que nuestras mentes atadas a cosas que nos restringen” (mi traducción imperfecta). A veces lo que más nos falta es imaginación.

Resfríos

Hay años buenos, esos en que nos sentimos a prueba de balas, y años mediocres, en que nos agarramos cuanto bicho anda dando vueltas. El dos mil once pertenece a la segunda categoría; a pesar de los milagros de la medicina moderna (donde milagro se escribe entre comillas) he andado contra las cuerdas. Suena serio, pero hasta donde y sé es un simple resfrío tras otro, una reacción en cadena o una seguidilla de inconvenientes.

Antibióticos, kilómetros de papel higiénico—suave, de buena calidad, para no lijar la nariz, antioxidantes, limón, cama, no cama, analgésicos y toda la parafernalia asociada a los resfríos. Un cerro de papeles usados y arrugados a mi lado verifica mi historia, mi coartada en lenguaje policial, la evidencia de este 2011 otoñal.

De a poco he derivado a infusiones con contenidos bajos (o no tan bajos) que no curan, pero alivian el malestar constante. Y ahí es donde empezó esta nota, tomando mate con miel. Iba a servirme una segunda taza cuando observé los finos del mate pegados en un poco de miel al fondo de la taza. Mate y miel, una combinación interesante como para pensar en cápsulas o caramelos. ¿Habrá pastillas de mate con miel? Porque parece que el mercado está lleno de eucalipto, mentol y otras combinaciones que no incluyen el fondo de mi taza.

Adios o gracias

— “¿Supiste de Claudia, Mónica, Sandra [escoge una]?” me preguntó mi amiga.
— “No, nada desde el año del ñauca” repliqué indolente.
— “Se suicidó unos pocos días atrás. Saltó al vacío, apretó el gatillo, usó el horno [escoge uno]” me informa mi interlocutora.

“Qué pena, qué sorpresa, qué extraño” respondo en turnos. ¿Cómo entender lo incomprensible con tan poca información en nuestras manos? Sola en New York, sola en Santiago, sola en algún pueblo innombrable. ¿Quién hubiera apostado contra sus vidas? “Era alegre, amistosa, retraída [escoge uno]”.

¿Están? ¿Sí? ¿Dónde? y las recuerdo desde 1976 en adelante. Claudia era mayor que yo, las otras menores; todas marcan (o marcaron) etapas, lugares, momentos. Y no encuentro cómo terminar este texto, porque no sé que les diría. Adios o gracias.

Cumpleaños arbóreo

Cada año es lo mismo, mi mundo circunnavega océanos de números, imágenes espectrales, ultrasonidos, componentes de varianza varios, mirando a los árboles de manera multivariada. Llega un momento en que tanto número y abstracción requiere una pausa, un vínculo (aunque sea tenue) a la motivación original.

La magia de los árboles es una de las pocas constantes en mi memoria y genera ese vínculo primordial. Recuerdo un bosque de raulíes grandes, formando una catedral acogedora—de esas sin pederastas y pedófilos—con columnas que podrían sostener un universo paralelo. En serio, así de grandes eran los árboles y el bosque se extendía hasta donde alcanzaba mi mirada de veinte años atrás.

Esos bosques, por motivos meramente técnicos, tienen que estar al sur, siempre un poco más allá de nuestro alcance. Si los tocamos se mueven más allá. Y así de a poco llegamos a cuarenta y tres y medio latitud sur y los malditos árboles se ríen, con más ganas que de costumbre, y pasan a estar a cuarenta y cuatro latitud sur. Los árboles hablan con susurros y me preguntan “¿nos entiendes mejor?” y les contesto agotado “entiendo mejor algunas partes pero tengo más preguntas que al comienzo”. Con un ataque de risa los árboles me recuerdan la frase de John Archibald Wheeler:

Vivimos en una isla rodeados por un mar de ignorancia. Cuando nuestra isla de conocimiento crece, así también lo hace nuestra costa de ignorancia.

Estos árboles parecen ser medio Budistas Zen; por lo menos no me contaron la historia del sonido de una mano aplaudiendo. Esa es la contradicción constante de investigar: cada año sé acerca de más cosas que no sé y me queda la duda de cómo va a terminar la historia. Mi sospecha es que voy a seguir colectando miradas desde diferentes perspectivas y cuando llegue el momento—esto es el momento mágico en que las hojas de los árboles se encuentren en la conjunción apropiada—voy a entenderlos. Y voy a reir con los árboles y me voy a cambiar de tema, porque hay que saber retirarse mientras uno va ganando.

Verborrea

Admiro la capacidad y constancia de autores que publican una columna semanal. Ellos (o ellas) que, casi mágicamente, logran capturar la esencia de la humanidad, el pulso de siete dias o el dolor de un cuarto de luna.

Mi estilo—o mi condena—es la inconstancia. Un yo-yo de productividad que me mueve entre textos largos (tres este año) y silencios de posts aquí y en conuco. Un salto entre la verborrea breve de twitter y más silencio.

Los terremotos no ayudan, comprimiendo el trabajo semestral en varias semanas menos. Pero, acepto, son más que nada una excusa para el yo-yo. ¡Ah! y los incentivos… A veces quedo contento con unas pocas palabras:

Watching “Monsters vs aliens”. It’s just like the war in Libya but with monsters and aliens and a smaller budget.

o

There is nothing like air pollution to improve a sunset.

Conciso. Simple. Gracioso, en serio, gracioso. Y está la satisfacción immediata, sin meditación, bajo costo. Y de vez en cuando uno encuentra la combinación apropiada de palabras (o no).

Olvidamos

Olvidamos estudiarnos en el espejo | ojepse le ne sonraidutse somadivlO

Txt message

Parece que necesitamos una exégesis de mensajes digitales; alguien comentando el uso de abreviaciones creativas o criticando el uso inapropiado de otras. ¡Hay tanto que decir y tan pocos caracteres para decirlo! ¿Realmente se contrajo el lenguaje o pasamos a ser políglotas, escribiendo en múltiples lenguajes dependiendo del medio?

Pía Barros hace referencia a un mundo—imaginado por Doris Lessing—”donde el lenguaje articulado en función de la belleza y expresividad es propiedad de las mujeres”. Me complica la utopía, ¿o es distopía?, de mujeres apropiando los aspectos positivos del lenguaje. Algo así como un vizconde demediado linguístico, de palabras largas y hermosas, con requerimientos de 1024 bits para mensajes de texto.

Recuerdo los telegramas que vibraron en el aire por más de cien años: “Successful four flights Thursday morning STOP” resumió a los hermanos Wright en 1903. Mark Twain escribió en 1897 “The report of my death was an exaggeration STOP” en una de esas frases para el bronce utilizando ocho palabras. A nadie se le ocurrió criticarlo por breve o pobre de vocabulario.

Si retrocediéramos a los comienzos de nuestro lenguaje, podríamos imaginar a los patricios de turno discutiendo la insidiosa influencia del vulgo en el lenguage. Declinaciones erróneas, ortografía desastrosa; parece que los patriarcas (y matriarcas) defensores(as) del status quo terminaron hablando un idioma muerto.

bkn (bacanal, bacon, bacán) puede ser una expresión polifónica para aumentar la brevedad. No quisiera verlo en una novela—a menos que la historia incluya mensajes telefónicos—pero los idiomas que evolucionan sobreviven. Sl2

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