Vienes tarde otra vez, como tren de carga

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Después de más horas

Acabo de llegar a Curitiba, tras escala en Sao Paulo. Tiempo total desde mi casa hasta el hotel: 30 horas y quince minutos. Viene una ducha y después a la cama. ¡Ah! Poder estirarse.

Positivo: me pude comunicar con el taxista sin mayores problemas. Chapurreado pero efectivo.

Taxonomía de muertes

Estoy muerto de susto, de frío, de hambre, de cansancio… Son muertes falsas, superlativos, exageraciones de poca monta. La parca, la pelada, la ingrata, la pelona y numerosos eufemismos son la experiencia verdadera, los encuentros de los que nadie puede decir algo, porque nadie ha vuelto. A menos que uno crea en médiums y otras sandeces.

A veces la muerte llega como salvación, algo así como ‘después de una larga enfermedad…’ en que es un alivio, porque cortó el sufrimiento y el dolor del cáncer u otro tabú mortal. Otras veces es la injusticia inesperada de una vida alegre que todavía tenía mucho que ofrecer. Esta última es una muerte dolorosa que rogamos no enfrentar.

Hay muertes indolentes, muertes distantes, genocidios, muertes esperadas. El amor nos hace vulnerables a la muerte de otros, pero ¿quién quiere vivir sin amor? Creamos y amamos y abrimos flancos al dolor de la parca. Es un trato que vale la pena: ganamos más de lo que pagamos, pero hay momentos en que cuesta recordarlo.

Lo siento.

Por una vida análoga

Desde hace varios años (1995 creo) mi comunicación escrita es fundamentalmente a través de email. desde el año 2000 mi fotografía es mayoritariamente digital. Mi calendario, ayuda de memoria, lista de artículos de investigación, cálculos varios, etc. Todo es teclado, pantallas y botones.

Es extraño, pero después de todo este tiempo la mayoría (o, quizás, todas) las interacciones aún tienen vestigios análogos. Una de mis cámaras digitales hace un sonido falso de obturador, el ícono para grabar todavía luce como un diskette, mis tareas aparecen con una raya cruzada al completarlas, al vaciar el reciclado del computador suena como una picadora de papeles; suma y sigue. Es un sucedáneo digital de un mundo análogo, de valores intermedios, de cosas que pueden ser o no ser, que son difíciles de capturar con unos y ceros.

En vista de la situación, he comenzado un regreso a tiempos más sencillos. Mi agenda es nuevamente de papel y nunca se queda sin baterías. Sí, aún ingreso mis compromisos en un calendario electrónico, pero solamente como respaldo, en caso de perder mi agenda. Cuando quiero escribir algo interesante muchas veces recurro ahora a una pluma fuente: tiene una gracia aún no atrapada por lo digital. Estoy en el proceso de resucitar mi antigua Pentax MX — el fotómetro pasó a mejor vida — y buscando una ampliadora barata. La fotografía digital no es lo mismo: falta el elemento sorpresa y me he vuelto más descuidado al componer. Es más fácil sacar muchas fotos, borrar las que no sirvan y usar un editor de gráficos para mejorar, corregir y pulir.

No se trata de oponerse a la tecnología, pues todavía paso gran parte de mi tiempo en frente de un computador. Sin embargo el tiempo libre, ese tiempo que es solo mío, es análogo, porque el placer está en la infinita variación de las cosas pequeñas.

Paraíso urbano

Me pagan por pensar, por descubrir, por inventar cosas extrañas. En sí, no es un mal trato: un sueldo por hacer algo que me gusta. Sin embargo tiene sus desventajas, en que me cuesta desconectarme de estar siempre pensando; mi parte obsesiva domina y eso cansa. Entra el paraíso urbano: el patio de la casa. El terreno de la casa es pequeño (500 m2), pero hay partes que me fascinan, particularmente el rincón de hierbas.

Cuatro tipos de menta, cedrón, tomillo, toronjil, orégano, romero… Uno de los placeres de la vida es regar ese rincón, tocar las hojas y sentir los olores penetrantes. Ver como las plantas crecen y cubren poco a poco más terreno. Ver los pajaros que vienen de visita, pasear a la sombra del Ake Ake.

P.S. Marcela planta las hierbas, yo sólo las riego.

¿Quién dijo que todo era lindo?

Tiempo atrás hablé acerca de ser el malo de la película. En esa ocasión el objetivo de mi reunión se salvó por medio de un período a prueba: justicia natural, necesidad de dar otra oportunidad, bla, bla, bla… Ayer venció el tiempo a prueba con el resultado pronosticado; falta de progreso, falla, tiempo perdido.

Tu candidatura ha sido cancelada, tu visa será revocada, gusto de conocerte, hasta la vista baby (como un Terminator cualquiera). Es terriblemente difícil decirle a alguien que no es suficientemente bueno. Disculpa, pero en este momento voy a destrozar tu sueño de los últimos años. Lo siento, pero no es bueno que te identifiques con lo que haces, no eres un fracaso como persona, sólo un doctorado que no resultó. Es por mejor.

Un colega me dijo ‘así que has tenido un día difícil’ y mi respuesta ‘sí, pero ni la mitad de difícil que el día de X (el estudiante cancelado)’. Hay gente que es contratada como managers y su primera tarea es despedir 2000 empleados. ¿Cómo lo pueden hacer? Quizás es la seguridad de los grandes números; matar una persona es difícil, limpieza étnica tipo holocausto es más fácil (no son personas, es una masa). Quizás debería echar un ciento de estudiantes. Es por mejor.

*El título corresponde a una obra de teatro en mi época de colegio secundario.

Autobuses

A pesar de mis mejores intentos ciclísticos, hay veces que no es posible utilizar el furioso biciclo. Por ejemplo, este mes estoy haciendo clases tres días a la semana, lo que implica un cambio de vestuario. No, no estamos hablando de chaqueta y corbata, pero de camisa decente y pantalones largos limpios. Debo reconocer que en ocasiones me da flojera, y en vez de cambiarme de ropa despues de bicicletear, simplemente tomo un autobús.

Ah, el homo santiaguensis tirita al pensar en autobuses y Transantiago. Sin embargo, yo estoy hablando de autobuses que pasan a la hora, con choferes que no andan a escupitajos con los pasajeros y sin cumbia desenfrenada mientras compiten con otro recorrido. En general, me refiero a la version típica, aburrida, anglosajona de chofer de autobús (de la que hay excepciones, por cierto).

Como en todas partes, uno podría hacer una tesis de doctorado estudiando el transporte público. Pero esto es un blog, así que los comentarios de carácter sociológico se limitan a un párrafo. En resúmen, la hora es de crucial importancia. Generalmente tomo un autobús a las 7:20, 7:50 u 8:20. ¿Pueden detectar la serie? Los autobuses pasan cada media hora. El de las 7:20 es de gente que va al trabajo, el de las 7:50 rebalsa estudiantes y el de las 8:20 es de gente que entra a trabajar un poco más tarde. Los de las 7:20 y 8:20 on también de immigrantes. El otro día creo que había solamente un kiwi (persona nativa de NZ) en todo el vehículo; el resto eramos una muestra de las Naciones Unidas, con un sesgo por países asiáticos. El de las 7:50 es un poco menos multicultural, pero todavía hay una buena cantidad de estudiantes que claramente vienen de otra parte: chinos y japoneses abundan.

Cualquiera sea la hora yo contribuyo al aspecto internacional de ‘la máquina’. Mi uniforme está conformado por mi fiel bolso de cuero (con un par de libros y el macbook pro), algo para leer (usualmente The Economist) y una bolsa plástica que — con total carencia de elegancia — lleva mi almuerzo. Lo que no extraño son los vendedores ambulantes porque aquí no hay ‘señoras y señores pasajeros…’ Tiempo promedio en mi viaje: 13 minutos.

Todos los once de Septiembre

Tengo vagas memorias: haciendo cola para comprar algo (¿detergente quizás?), y después helicópteros volando bajo, cuerpos tapados con papel de diario, el temor de insistir a mi madre ‘vuelve luego’… Juan Moya Morales, Ñuñoa a mucha honra, era mi universo. Y exilio, país tropical, vida nueva y diferente. Un conocido nuestro que decía: el amargo caviar del exilio.

Corte. Protestas, arrancando de los pacos y después de un tiempo largo — eterno — hubo algo de cambio. Sensación de alivio, de oportunidad, aunque después los partidos de siempre se encargaron de opacarlo. De todas maneras, el once de Septiembre era dolor propio, el día que cambió mi mundo, o mejor dicho el mundo de mis padres: yo tenía seis.

Muchos años después vino el otro once de Septiembre, ese día de los aviones de pasajeros convertidos en bombas. Y fue el nuevo día que cambió el mundo; si no eso, al menos hizo andar en avión una experiencia incómoda y llena de trabas. Perros oliendo el equipaje, guardias muestreando mi ropa por restos de explosivos, sacando la batería de los laptops, llevando botellas transparentes con menos de 100 ml de lo que sea. Medidas probablemente inútiles para proveer la ilusión de seguridad. Pero lo más importante es que me (nos) robaron el otro once de Septiembre. Si hablo con alguien, ellos me dicen ’sí, por supuesto que recuerdo las twin towers‘. Y yo, un poco desesperado, contesto ‘no, me refiero al otro once, ese tercer mundista, you know, Chile’s eleven‘. Y ellos ‘Chili?’ Y no hay caso, desapareció la fecha.

Poco a poco es como esos debates que desaparecen porque murieron todos los involucrados. Carrera versus O’Higgins. Cementerios católicos versus cementerios laicos. Todavía no sucede, pero vamos en ese camino: un día en que el lumpen siente que tiene permiso para dejar la grande. Pero, ‘¿por qué estoy quebrando vitrinas? No importa, es entretenido hacerlo’. Si nadie recuerda o sabe que algo pasó, ¿significa que nunca sucedió?

La oficina de tren de carga

Después del artículo anterior el lector puede haber quedado con la idea de que somos algún tipo de pasquín verde, que pasa todo tipo de prueba ecológica. Sí, tenemos algunas virtudes, incluyendo que nuestro web site hosting es ‘carbon neutral’ (compran créditos de carbono o algo similar). Pero ustedes no han visto la oficina central de ‘Tren de Carga’. Gastamos una buena cantidad de kilos de carbón para mantenerla en movimiento y el fogón produce un calor digno de calentamiento global.

Nuestro sistema de comunicaciones es eficiente, banda ancha, pero con un toque clásico. Nada es plástico y no hay pantallas que estorben, sólo algunos diales, perillas que producen un nivel masculino de ‘tactile feedback’. Acero puro, forjado en Detroit: hoy en día uno ya no puede comprar oficinas como esta.

Gélido en bicicleta

La temperatura es 0.1 grados Celsius y voy pedaleando a trabajar. Es uno de mis gustos: cuatro coma cincuenta y seis kilómetros o entre once y quince minutos dependiendo del viento. El otro día descubrí que soy parte del 6 por ciento de gente en Christchurch que viaja en bicicleta al trabajo y estoy orgulloso de eso. Da tiempo para pensar y sorprenderse, de ver un par de barrios a otro paso, de hacer un poco de ejercicio, de ahorrar un poco de dinero, de reducir mi uso de energía y aliviar mi impacto sobre el ambiente. Mata una bandada de pájaros de un solo piedrazo.

Estamos en primavera y uno esperaría que la temperatura fuera más cortés con los ciclistas. Sin embargo, la definición de primavera es tajante: empieza el primero de Septiembre — fácil de recordar y no cambia — y que se vayan a la cresta los equinoccios. Viene sin garantías, y no hay a quién reclamarle que las sendas en el parque tenían escarcha y que el pasto se veía cubierto de cristales blancos que seguían las formas de las copas de los árboles. El sol ya había derretido el resto.

Pero ciclista preparado vale por dos. El equipo es simple:

  • Giant Innova negra con 27 cambios (versión para commuting), un par de panniers (bolsos que van atrás en la parrilla) y todo tipo de luces parpadeantes adelante y atrás.
  • Pantalones de ciclismo — de esos que llevan otro short encima, no es cosa de verse como Nureyev — para proteger el trasero y otras partes pudendas.
  • Un gorro delgadísimo de lana merino que va bajo el casco, para no terminar con el cerebro congelado.
  • Un pullover de polartec 100, liviano porque despues uno entra en calor, cubierto con una chaqueta de algo parecido al Goretex, pero más barato.
  • En las tardes le sumo una de esas chaquetas color naranja, con franjas reflectantes, como las de obreros de construcción o vialidad. En realidad no como, son las mismas chaquetas. Baratas y visibles hasta el dolor de ojos. Todo sea por no terminar con otro vehículo encima.

Hoy fue un buen día, con sólo doce minutos de viaje (poco viento), un sólo semáforo y nadie pasando con un automóvil a cinco centímetros de mi manubrio. Día con un sentimiento de libertad en que todo calza al mirar las casas pasar lentamente a mi lado. A pesar de la baja temperatura — o quizás por eso mismo — llegué con el espíritu alto a mi oficina, a inventar cosas extrañas y a pensar ideas diferentes.

Desde el futuro

Vivo a GMT más doce, o sea cuando es mediodía en Greenwich (Inglaterra) aquí son las doce de la noche. Quizás seas más familiar con Santiago; cuando es mediodía en Santiago aquí son las 4 de la mañana de mañana. Me gusta decir que tengo el secreto del futuro: números ganadores de la lotería (5, 8, 9, 14, 16 y 29, por si acaso), las primeras planas de los diarios del día siguiente, hechos que cambian el curso de la historia, o cosas pequeñas como si va a llover mañana. Puedo decir que La Cuarta viene con unas vedettes con los pechos al aire, apenas cubiertos con letras que dicen ’subió el pan’. Con dieciséis horas de anticipación sé todo esto y más.

Pero es mentira, las etiquetas que llamamos horas y tiempo son tremendamente relativas. Y tus diez de la noche y mi mediodía de mañana son lo mismo: sólo punto de vista y estar al lado opuesto del planeta no concede super poderes o una ventaja. No sé ni más ni menos, y no he ganado la lotería; pero créeme, algún día esos van a ser los números ganadores. Una gran diferencia, celebramos año nuevo antes que el resto del planeta.

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