Uno de los aspectos interesantes de viajar es el probar comida diferente, incluso diría exótica en algunos casos. Uno puede ir a la segura y usar una de esas guías de viaje (Lonely Planet, The Rough Guide, etc) o simplemente atreverse a tomar algunos riesgos. Ciertamente ‘Zorba The Buddha’ en Agra era un hallazgo digno de destacar en una guía, pero muchas veces lo mejor y lo peor no están registrados en ninguna parte.

M siempre me dice: ‘tú puedes probar lo que quieras, pero si te enfermas te cuidas solo’. Así he probado excelente comida en puestos ambulantes y mercados en los lugares más extraños (y nunca me he enfermado seriamente). Si de alguna manera uno se disocia de lo familiar, es posible ver los puestos de sopaipillas con ojos de visitante. La fritanga de masa con un aceite que parece de motor, oscuro de haber sido utilizado demasiadas veces — y sin intención de cambiarlo. Un olor penetrante con color anaranjado por el zapallo, o pálidas si son del sur, donde el zapallo es anatema.

El puesto estará ubicado bajo un poste del alumbrado público, que presta su luz, o iluminado por una ampolleta que se cuelga de algún punto indeterminado (e ilegal) de la calle. La sopaipilla será envuelta en papel y el aceite avanzará inexorablemente hasta cubrir todo el papel y las manos del comensal. Su efecto en el sistema digestivo del viajero es impredecible. ¿Yo? Jamás me he enfermado con las sopaipillas de la calle.

Claramente los puestos de sopaipillas merecen un lugar destacado en el programa del viajero a Sudamérica. Altamente recomendado