La temperatura es 0.1 grados Celsius y voy pedaleando a trabajar. Es uno de mis gustos: cuatro coma cincuenta y seis kilómetros o entre once y quince minutos dependiendo del viento. El otro día descubrí que soy parte del 6 por ciento de gente en Christchurch que viaja en bicicleta al trabajo y estoy orgulloso de eso. Da tiempo para pensar y sorprenderse, de ver un par de barrios a otro paso, de hacer un poco de ejercicio, de ahorrar un poco de dinero, de reducir mi uso de energía y aliviar mi impacto sobre el ambiente. Mata una bandada de pájaros de un solo piedrazo.

Estamos en primavera y uno esperaría que la temperatura fuera más cortés con los ciclistas. Sin embargo, la definición de primavera es tajante: empieza el primero de Septiembre — fácil de recordar y no cambia — y que se vayan a la cresta los equinoccios. Viene sin garantías, y no hay a quién reclamarle que las sendas en el parque tenían escarcha y que el pasto se veía cubierto de cristales blancos que seguían las formas de las copas de los árboles. El sol ya había derretido el resto.

Pero ciclista preparado vale por dos. El equipo es simple:

  • Giant Innova negra con 27 cambios (versión para commuting), un par de panniers (bolsos que van atrás en la parrilla) y todo tipo de luces parpadeantes adelante y atrás.
  • Pantalones de ciclismo — de esos que llevan otro short encima, no es cosa de verse como Nureyev — para proteger el trasero y otras partes pudendas.
  • Un gorro delgadísimo de lana merino que va bajo el casco, para no terminar con el cerebro congelado.
  • Un pullover de polartec 100, liviano porque despues uno entra en calor, cubierto con una chaqueta de algo parecido al Goretex, pero más barato.
  • En las tardes le sumo una de esas chaquetas color naranja, con franjas reflectantes, como las de obreros de construcción o vialidad. En realidad no como, son las mismas chaquetas. Baratas y visibles hasta el dolor de ojos. Todo sea por no terminar con otro vehículo encima.

Hoy fue un buen día, con sólo doce minutos de viaje (poco viento), un sólo semáforo y nadie pasando con un automóvil a cinco centímetros de mi manubrio. Día con un sentimiento de libertad en que todo calza al mirar las casas pasar lentamente a mi lado. A pesar de la baja temperatura — o quizás por eso mismo — llegué con el espíritu alto a mi oficina, a inventar cosas extrañas y a pensar ideas diferentes.