Los magos empapelaron las murallas, paredes y panderetes con sus promesas. Los magos nos contaron historias maravillosas, haciendo palidecer la resurrección de Lázaro y la caída vertical de Icaro. Los magos nos pidieron solamente un pequeño favor: ‘marca nuestros nombres en un pedazo de papel’.

Los árboles son testigos de este procedimiento engañoso y repetido. Si les preguntas ‘¿Saben la historia de los magos?’ ellos ríen con voz quejumbrosa y titilando sus hojas. Por supuesto que la saben porque pasa cada pocos años. Somos los humanos los de memoria escasa.

Los magos tienen gustos variados de bebidas; algunos catan vinos tintos de regiones altamente específicas del planeta, otros beben cerveza y la llaman ‘pílsen’ con acento en la i. Algunos de los primeros prefieren cepas de lugares remotos de Irán. Los magos de menor pelaje beben cualquier cosa que se les ponga por delante.

La mayoría de los magos olvidarán sus promesas el mismo día en que las hicieron. Los magos tienen la loca idea de prometer lo imposible y—algunas veces—indeseable, porque suena bien.

Por alguna razón extraña los humanos dieron poder a los magos y nos arrepentimos. Una manera de recuperar el poder es convertirse en mago, pero eso derrota el objetivo. Otra manera es subvertir el orden de manera pacífica, una pieza a la vez. Cada pequeña acción, cada desacato minúsculo se acumula y recuperamos un poblon: un cuanto de poder.

Quizás si muchos de nosotros aplican los principios cuánticos de la subversión los magos van a ser menos atractivos. Las paredes, murallas y panderetes van a atraer menos giles y otorgar menos poder a los magos. Ese es mi sueño y este uno de mis cuantos contra los magos.