Cuentan los antiguos que cuando los volcanes amenazaban con lava, los terremotos quebraban huesos o los incendios consumían bosques enteros había que hacer un sacrificio. Un pequeño animal, una comida especial o un cántico rítmico apaciguaban a los dioses. El fuego retrocedía, el volcán ladraba pero no mordía y la madre tierra se relajaba con uno que otro estertor hasta alcanzar calma completa.

Pero ya no tenemos a los antiguos y los dioses modernos son de plástico con un microchip que abre las puertas a los templos del comercio. No basta una canción o un plato especial; es hora de subir la apuesta y sacrificar humanos.

(En general de los más baratos parece ser una buena idea. De cota baja, ciudadanos de a pie y buenos para el fanshop y el completo)

Cuando en el futuro hablen de los antiguos se van a referir a nosotros, preguntándose por qué transamos vidas por tarjetas de plástico.