Tengo unos cactus chiquitos, como de juguete, en mi oficina. Son tan chiquititos que reniegan de la gramática e insisten en llamarse cactuses. Toman unas pocas gotas de agua cada par de semanas y quedan turgentes de felicidad. Uno de ellos tiene el pelo sedoso, como muñeca antigua; otro es punk con extremidades que cortan de mirarlas. También hay uno desgarbado y con bigote, que se parece al Profesor Jirafales. Sea como se vean, todos mis cactus son heróicos, sobreviviendo en el marco de la ventana mientras empujan los límites de su nicho ecológico. Tengo unos cactus chiquitos y valientes en mi oficina.