La conversa es intrínseca a la existencia.
A veces es parodia,
un chiste de doble sentido.
Otras es profunda,
acordando lo trascendente o dividiendo
el mundo en pedazos irreconciliables.
La conversa es verbo,
es tiña descuidada por harto tiempo,
barrido ajeno que no levanta el polvo.
Adjetiva, abúlica y cansada
enorme, poderosa como héroes
y heroinas de tira cómica.
La conversa son cabezas de pescado
que dan sentido a todo.
Month: November 2019
Dos días seguidos jugando, apretando botones, cumpliendo objetivos, casi al tope de la tabla de posiciones. Se me caían los párpados, pero con el par de pastillas, le seguí dando. Salto, disparo, movimientos rápidos, ágiles y otro alien caído más. Después de otros cinco, los invasores huyeron despavoridos, de vuelta a sus guaridas en los sitios eriazos con montículos de piedras. La pantalla mostró “Bonus points, Cabo Martínez. ¡Bien hecho!”.
La oscuridad dio paso a números, letras y polígonos de creciente resolución.
—¡Bienvenida! ¿Recuerdas algo?
—Casi nada. Un uniforme, mucho dolor… borroso, oscuro.
El técnico movió hábilmente unas perillas, hasta que la imagen quedó nítida.
—Terminé de ajustar los implantes. Tienes que firmar el documento aquí y también aquí—dijo pasando un bolígrafo—. Cuando retires la demanda vas a recibir la clave mensual para que funcionen.
—¿Cómo?
—Contrato normal. Excepto por avisos comerciales cada par de horas. Ni vas a notar la diferencia.
Lo sabias cuando entraste a la sala del museo de La Moneda en ese Santiago de Chile.
Buscando pesares escondidos en las piedras o un momento para descanasar al tumulto de hombros que marchan por la ciudad.
No encontramos en un rincón indefinido y me dijiste “mi mirada no se detiene con el tiempo”
Afuera todo seguirá normal, normal como nuestro primer beso después de la catástrofe.
(Fotografía Marcelo Miranda (c) )
Marcelo. Dime, ¿cuales han sido tus últimas certezas?
Una brisa toca mis mejillas en una tarde de primavera a 34°C por día, por noche.
Historia: la prole del dolor
Hicimos lo que hicimos,
dijimos lo que dijimos,
insultamos a los violentos
a esos jalados, motivados por el miedo
las órdenes perentorias
y el goze del poder.
Hicimos lo que dijimos,
dijimos lo que hicimos,
rompimos el yeso, las mordazas
despertamos el misterio
de no saber lo que viene.
Lloramos de rabia,
saltamos de esperanza,
hicimos lo que hicimos
para despertar el misterio
para no saber lo que sigue.
Un día de 1991(?) Mauricio Redolés remeció la televisión, cuando despúes de que le pidieran que recitara uno de sus poemas empezó: “Hay viejos culiados que no creen en nuestro amor…” Era un escándalo de forma decir viejos culiados en la televisión, pero curiosamente no era un escándalo de fondo la censura demoledora.
Hoy, casi 30 años después, la TV no se atreve llamar por su nombre al perro Negro Matapacos. La forma se traduce en “periodistas” o lectores de noticias complicados, atragantados, temerosos de pronunciar un nombre en las noticias. El fondo es el miedo y la violencia sempiterna de la censura.
A veces nos ofrecen cambios de forma, una capa de pintura, un parche delicado, sobre la herida larga y maltratada. Queremos cambios de fondo, que se expresen por supuesto en forma también, pero que no nos dejen esperando otros treinta años para ver que nos metieron el dedo en la boca. De nuevo.
Hace tiempo que no sentía tanta inestabilidad.
Las personas en las avenidas de la ciudad corriendo y gritando como si el sol se hubiese detendino en un punto para luego no avanzar.
Los ojos gritan ya que el silencio de las voces se expande como ondas llenando de fuego y rabia edificios de gobierno e iglesias eximidas.
Ahora nadie nos puede decir que es lo que debemos hacer. Nadie puede hablar y mudos estamos frente a las pantallas digitales.
Como bien lo ha dicho mi amigo Nicolas “la palabra ha perdido su sentido y ha comenzado la violencia”