Somos de nuevo, habemus web, somos fénix de las inyecciones de código. (A todo esto, qué raro se lee el plural de fénix.) Algún ocioso desgarró caos en nuestra oficina central corporativa, la piezucha que arrendamos por semana para albergar los servidores de Tren de Carga. Claro que la actitud poética hacia la ciberseguridad no fue mucha defensa contra los malhechores de sombrero negro. Una sobredosis de código y caímos en desgracia total con Google et al. Su sitio está infectado, escobíllelo, encérelo, hiérvalo con lejía, golpéelo con las rocas del río. Enjuáguelo y consideraremos incluirlo nuevamente como parte de la internet prístina y saludable.
Todavía estamos haciendo inventario pero hay algo seguro: desapareció la página que detallaba nuestra (i.e. la de Tren de Carga) misión en la vida, junto con algunas fotos de valor histórico. Trataremos de reconstruirla con cuidado y amor de arqueólogo; sin embargo, no lloraremos unos pocos bits si fallamos en el intento. La función terapéutica de Tren de Carga se gatilla al escribir, la lectura es de yapa.
Mientras rescataba los pedazos de tren encontré estas palabras de Jorge Teillier:
Te gusta llegar a la estación
cuando el reloj de pared tictaquea,
tictaquea en la oficina del jefe-estación.
Cuando la tarde cierra sus párpados
de viajera fatigada
y los rieles ya se pierden
bajo el hollín de oscuridad.
La nostalgia de los trenes, esa saudade lárica de retornar a esa conjunción espaciotemporal que ya no existe, con relojes digitales que no necesitan ni tic ni tac para contar la hora. Sólo queda inventar nuevas conjunciones espaciotemporales (anisotrópicas, por supuesto) para revolver el gallinero.
Ah, y saludos a Ramy y Paulina si nos están leyendo.