No hay accidentes, sólo situaciones coincidentes. Alguien me dijo que
me quiero hacer pasar por lo que no soy. ¿Pero de dónde soy? Soy hijo del exilio. ‘Fuimos valijas de nuestros padres’. Nadie nos preguntó si queríamos irnos o si queríamos volver.
Exámenes de revalidación de estudios, acentos o idiomas nuevos. Paula saltó al vacío algunos años atrás, sola en New York. ¿Qué será de Amparo y esos ojos grandes? Andrés en la lucha eterna contra el sobrepeso.
Somos muy diferentes el uno al otro; quizás lo único en común es que estamos perdidos. Y nos cambiamos de aquí para allá, buscando algo que no podemos encontrar: la paz de regresar. Simple, no tenemos punto de partida.
He sido, soy, un apóstata. Problemas con estructuras y órdenes
predeterminados, dogmas y otras restricciones me han empujado a buscar
alternativas. Puedo estar de acuerdo con el fín–al menos en algunos
casos–pero no con los medios.
Debo también confesar que nunca he podido ‘dar hasta que duela’. Es una seria limitación en la que aún estoy trabajando.
Temo al conformismo, temo a la renuncia total, temo el vivir igual
día tras día. Admiro a los que abrazan la incertidumbre, pero reconozco
que a veces me aterroriza.
En medio de una ensalada de clases, investigación, teniendo que
transferir todos los archivos del Macbook Pro viejo al nuevo,
corrigiendo tareas y por una de esas coincidencias aleatorias iTunes
escupe:
yo mismo soy la nueva moral,
los valores póstumos de la tierra de nadie.
Cuánto tiempo hace que no escuchaba Santiago del Nuevo Extremo en ‘Para comprender lo que viene’ (letra aquí). En el apuro de lo cotidiano olvido muchas veces la vida subyacente:
Tu y yo tenemos miedo y sin quererlo
vivimos esperando algo de los números, de la historia, del tiempo,
de esos gritos en la calle que llaman la libertad.
Vivimos esperando algo que no ha llegado, en ese ‘waiting place’ que tan claramente retrató Dr Seuss.
Esperando que alguien más nos entregue lo prometido, que alguién más se
haga responsable. Basta. Nosotros somos ‘alguién más’, es nuestra
tarea.
El macro-profeta dice macro-profecías sobre un macro-dios que gobierna las leyes de su macro-universo.
Habla con un macro-discurso que atrae a macro-multitudes que lloran y
se emocionan con macro-sentimientos. Sus macro-milagros sanan a los
macro-pobres del planeta dejando en su verdadero lugrar y justicia a las
macro-economías del mundo.
Al llegar, el macro-profeta ha generado macro-problemas a los
macro-gobernadores de turno. Han mandado a buscar a macro-científicos y
macro-sacerdotes para rebatir las macro-verdades que de su macro-boca
salen como macro-caudales de rio.
El macro-profeta duerme en un macro-bosque al borde del
macro-desierto de Atacama. Lo cuidan tres macro-señoras que por pura
macro-bondad decidieron dedicarle sus vidas.
Sale el macro-astro Sol y el macro-profeta empieza la mañana deleitarnos con su juego de micro-fotosíntesis.
Anoche soñé nuevamente con los helicópteros. Pasaban volando bajo y
los veía desde al lado de la Casa de la Cultura. Los jardines de la
famosa casa tenían unas palmeras—y esto no es sueño—donde acostumbraba a
jugar a esconderme con mi amigo Gonzalo. Mirando desde las palmeras
vimos helicópteros que se movían como gigantes lentos. Cierto, esto
tampoco era sueño. Eran hermosos y desconocidos.
Pero estaba hablando de mi sueño… Ahí los helicópteros son dueños de
una soledad espantosa, algo así como los Dementor en Harry Potter, pero
peor, porque son mucho más reales y no son un juego de ficción. Los
helicópteros son viajes forzados (en que uno es equipaje, nadie preguntó
‘quieres ir’ o dió opciones), uniformes, acentos, modismos, timidez,
burla, paisajes extraños—más hermosos que los helicópteros, y una mirada
apátrida.
Claro que puedes estar pensando que Erick Pohlhammer describió los mismos Helicópteros con harto mas gracia:
…hasta que llegaron los helicópteros y los helicópteros
se establecieron desde allí hasta siempre
girando y zumbando como tábanos
de acero los helicópteros
girando sobre nuestros cerebros, zumbando sobre nuestros cerebros
Pero esos no son mis helicópteros, sino que los de Erick, y el tenía
diecisiete y yo era protohumano de seis. Y anoche en serio soñé con mis
helicópteros, lo que sucede a menudo cuando se acerca mi cumpleaños,
cuando la memoria punza desde un rincón.
Cuando sueño con los helicópteros pienso ‘quizás estoy cagado de la
cabeza’, piantao de tango, no quiero transmitir esto a las generaciones
futuras. Siento que tengo que conectar con quienes no he hablado por
años, aunque sea para descubrir que ya no vale la pena. Mi mente vuela
sin restricciones, todo por unos putos helicópteros.