Vienes tarde otra vez, como tren de carga

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Sesiones radioactivas

Durante una hora hay que colgarse de algo, afirmarse para que la mente no divague y se transporte a lugares oscuros. La música es lo más fácil como ancla. Así en cada sesión paso un papelito con el nombre de un disco, para que sea mi centro universal. Lo buscan en Spotify y ya, suena por los audífonos que cubren el ruido de partículas.

Sesión 1: Vrioon de Alva Noto y Ryuichi Sakamoto

Sesión 2: Familiar Places de Little North

Sesión 3: Finding Seagulls de Little North

Sesión 4: The Blue Notebooks de Max Richter

Sesión 5: Viaje por la Cresta del Mundo de Congreso. Este es el mejor album chileno de los últimos 50 años.

Cada sesión sigue la misma estructura: resonancia magnética – media hora de silencio mientras los físicos hacen cálculos cósmicos – quince minutos de radiación ensordecedora. Termina y es ir al baño, cambiarse de ropa y salir de un hospital como si nada sucediera en el mundo.

Elekta Linear Accelerator o el iPod más caro de la historia

Minirelato desesperado

Amanecí preocupado por el bosque esclerófilo chilensis. ¡Quién lo diría! Levantarse pensando en el maldito litre—alérgico sea tu nombre—el peumo críptico de nuestros días o el boldo que con sus aguas nos sana y confunde. ¿A quién se le ocurrió llamarlo Peumus boldus? Ah, Molina. ¡Por la chuta, qué clase de elección diabólica, poh Molina!

Bueno, la cosa es que amanecí pensando en nuestro bosque que se seca a más no poder. Milenios sobreviviendo tranquilamente y entre todos lo estamos tornando color café muerte. A ver, cabros, cabras y cabres, hay que ponerse las pilas, cortar el weveo con el agua para las paltas, las granadas o lo que sea que esté de moda plantar entre medio de nuestro tesoro esclerófilo. No podimos seguir produciendo gases de invernadero a este nivel, vesanía su señoría, no hay offset que aguante esta guachafita; me puse venezolano del puro escándalo.

Tal vez si pedimos por favor, que queremos que nuestra descendencia pueda enamorarse del bosque esclerófilo. Se ponen cartuchos con un cuadro de Monet o de Van Gogh, ¡Ay que la sopa, que el puré, que la cacha de la espada! Pagaría mil Van Goghs por mi bosque esclerófilo: hay poleras, papel confort, fotos de alta resolución de los cuadros desorejados. Nuestros árboles se van, para siempre.

Para siempre. Y seguimos con la misma guachafita.

Decarbonizando.

El porvenir de las escafandras

A principios del siglo veinte todo hacía presagiar el fin de la escafandra, los zapatos de plomo y el traje de género. Las profundidades cedieron el misterio al espacio, el espacio a los computadores, los computadores a los teléfonos y los teléfonos a las redes sociales. Pero por décadas hemos calentado el planeta y secado nuestros queridos árboles, al punto de que el océano sube y las casas de playa quedal al mismísimo lado de las olas.

Estoy invirtiendo mis ahorros en escafandras de bronce, vidrios gruesos y una lámpara lateral para la lectura. Así puedo sentarme en la silla de playa, tomar el sol y seguir soñando con cochayuyos, pulgas de mar y cangrejos lateralcaminantes. El porvenir de las escafandras es brillante, por lo menos hasta que volvamos de las redes sociales a los teléfonos, de ahí a los computadores, luego el espacio y a admirar el fondo del mar.

Quiero volver

Hace una semana volví a ese Valparaíso de calles de piedras levantadas y muros de fonolitas pintados por el aceite de una muchedumbre abandonada rumbo a la modernidad.

A ese Valparaiso que en su caminar a ratos se muestra glorioso y a ratos triste producto de golpes de ignorancia de aquellos que piensan que la belleza tiene solo un punto de fuja.

Caminé por sus calles y fui recordando en cada esquina vidas pasadas que sin saber si fueron mejores que las nuestras, están ahí contando historias de redenciones y levantamientos.

Valparaiso sigue vivendo a pulsos de época, de sus mujers y hombres solo fieles al mar, fieles a la pendiente fuerte, a la caída fantástica después de perder el equilibrio en la colina.

¿Pero, donde estuviste estos años me preguntas?

Escondido en lo profundo del bosque, escapando junto a otras especies de la sequía, intentando construir triste un nuevo nicho, un incompleto nicho que no será suficiente para todos.

Estuve muy alejado de ti y de esa línea de luces de la tarde que marca tu llega al pacífico y de ese verdor que imponen las palmas marcando tu llega dinámica al borde de la colina.

Pero estoy de regreso. Con amores frescos que me llevan a la resurrección de los sentidos, con recuerdos de antiguos y nuevos difuntos y de los que vienen en camino todavía.

Aquí estoy Valparaíso, perdido frente a tí, como quimera olvidada en el horizonte.

Tatuajes

A veces, los días de lluvia revelan los tatuajes de los árboles. Tribus, gangs, clubes de membrecía exclusiva quedan marcados en la corteza (o bajo ella). Así los árboles se reconocen, guiñan con las ramas y dicen hola. Después con el sol pasan a estar nuevamente de incógnito.

Eucalipto tatuado (Foto: Luis).

Ultimas ocho horas

Son las últimas 8 de las 8.784 horas de 2020, tiempo para meditar en nuestra partición artificial del universo. Pasaremos nuevamente un punto arbitrario en el espacio, que hemos elegido como el fin, y el comienzo.

Diversidad de colores e inclinaciones (Foto: Luis).

La estación espacial internacional cruzó el cielo anteanoche, una luz veloz mirándonos como hormigas; ni siquiera, como microbios pululando entre cruces del punto arbitrario. Y así de pequeños sacamos los bosques, pavimentamos el suelo y cambiamos el clima, de mentes muy pequeñas para entender.

Les deseo un año diferente, de libre circulación, menores temperaturas, más lluvia, menos preocupación, más árboles, menos estrés, menos violencia, más cambio, más democracia, con menos víctimas. En definitiva, un año más humano. 2020-12-31 15:50 NZST.

Pasadismo

Difícil también ver y entender este año hacia atrás (Foto: Luis).

Futurismo

Sitting in carwash
Difícil ver lo que viene (photo: Luis).

De mención

Almorzar con doce personas más no debería ser digno de mención, no se trata de una última cena, aunque tiene la distinción de suceder en un 25 de diciembre.

No es porque sea multinacional y haya chinos, egipcios, australianos, ingleses, italianos y latinos varios, aunque bien variados los acentos y la conversación.

No es porque la comida haya sido parejamente excepcional, aunque el jamón al horno estaba muy bueno y había cuatro ensaladas excelentes.

Lo que lo hace digno de mención y excepcional en el contexto de este año de paréntesis, enfermedad y distancia es que estábamos todos ahí. En persona, sin máscaras y despreocupados de enfermarnos porque no había covid19, a los 43.5 grados de latitud sur en Christchurch, isla sur de Nueva Zelanda.

Aunque usted no lo crea

La mayoría de las películas de zombies empiezan con una premisa simple, ya sea los zombies existen (pero no sabemos cómo aparecieron) o hay un evento violento. En este último caso, el cambio es abrupto con un antes y un después clarísimos.

Pero este año fue diferente: un choque de trenes de carga anunciado por meses, en cámara lenta y con tomas de múltiple ángulos. Dieron una, dos, tres y aún más oportunidades, ¡pero para qué seguir recomendaciones que fueran afectar la economía! Mejor improvisar, ser batidinámico y empujar primero una ciudad y después todo un país por un pasadizo muy chico, sin lugar para todos. Y miles no cupieron.

No tenía que ser así y todavía no debe ser así. Lo sé, porque en esta realidad alternativa al otro lado del Pacífico, no sobró gente, ni hubo pasadizo muy estrecho. Y el mundo no se acabó, la economía siguió funcionando y no tuvimos películas de zombies. Hay quienes no creen que sea posible, pero sí, aunque parezca de Ripley. Un poco de empatía, un poco de esfuerzo y la magia ocurre, aunque usted no lo crea.

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