El otro día recordé un desafío a la gravedad. Venía un convoy de carretones bajando por calle Bellavista hacia La Vega. Pero no hablo de camiones o carretas tiradas a caballo. No, no. Se trata de carretones tiradas a puro humano.
Esquina del convoy de carretones.
El piloto iba corriendo dando saltos como de ballet, largos y elegantes manteniendo un paso apurado. Esto era hasta que cambiaba el semáforo y uno veía el esfuerzo desesperado del carretonero tratando de parar, con pasos gigantes y cara angustiada. La inercia de una carreta cargada hasta más allá de lo razonable empujaba sin perdón. Al último momento el carretonero paraba con expresión de alivio. O no, y seguía cruzando con luz roja encomendándose a todos los santos para que los automóbiles alcanzaran a parar o esquivar al conductor y su carga de papas.
Internet es notoriamente escasa de carretoneros. Quizás llegó muy tarde y no puedo encontrar un registro en línea con imágenes de lo que trato de explicar—pobremente, lo sé. Si vés uno por favor dale mis saludos y dile que los extraño.
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