Escribo este mensaje desde el lobby del aeropuerto Pearsson de Toronto a 8000 km de ustedes.
El año pasado, en viaje semejante, no lo podía hacer por que el acceso a internet era pagado y reducido.
Hablé con una de mis hijas por teléfono, perdón por Skype y con la cámara levantando el computador le mostré la gente, el edificio, el cual encontraron soberbio (turbantes, gorros extraños, velos, botas vaqueras y ropa latina conformaban el paisaje).
Para ella esto de ver un viaje en tren, un hotel o un aeropuerto en vivo no es futuro, es su presente y no es distancia.
Para mi es algo extraño que me tiene cerca y lejos, mirando dos horarios y pensando en dos espacios completamente diferentes pero presentes.
Otra gracia de este pasado es que ella vía web seleccionó su regalo en una tienda, el cual compré con cero incertidumbre y luego mostré a la cámara para confirmar que todo iba Ok.
Casi hablo tres lenguas pero ya no es necesario. Una persona en la calle me escribía lo que me quería decir y una máquina indiscreta casi lo repetía en perfecto Castellano.
Un cosa extraña eso sí que he notado estos últimos días, son las marcas ácidas de wireless entre mis piernas.
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