Camino en un día tibio, que enerva a los habitantes de la ciudad laica por excelencia. “¿Cómo no tuvimos este tiempo durante las vacaciones y nos estamos cocinando de vuelta en la oficina?” piensan los oficinistas anónimos aplanando las veredas. Las vitrinas ofrecen dulces de Algeria, trajes de Kenia y burqas y niqabs de múltiples países de influencia arábica. Me siento cómodo en los márgenes e intersecciones de ciudad y cultura.
Mis hermanos negros y hermanas musulmanas flotan apurados subiendo cortinas metálicas cubiertas de graffiti. Avisos de Coca Cola pululan entre tarjetas que prometen conectarnos con alguna ciudad medio olvidada del norte de Africa—¿o sería Medio Oriente? (de esas que ocupan a lo más un párrafo en Lonely Planet pero que son el hogar de un millón de humanos).
Compré un pase de esos “panzada de museo”: todo lo que puede comer en materia de museos por cinco días. Y los cuadros, las estatuas, las momias robadas en campañas de guerra saltaban de las paredes. La cultura oficial es resguardada por los museos de caras blancas; la cultura viva supuraba de las esquinas de inmigrantes ilegales, de puestos con cachureos, de mestizos, mulatos, latinos y afros.
Choque de culturas, Babylon 5 en el medio de Paris. El extremismo conservador tiene repugnancia a la mezcla, a la posibilidad de tener amigos, novias, hijos sin la pureza apropiada. ¿Que diría Dios si pudiera hablar sin intermediarios? Quizás se mataría de la risa, dando cientos de caras diferentes a los fieles correspondientes. O quizás serían muchos dioses llenando un estadio de variaciones religiosas. O, tal vez, nadie o nada reiría porque no existe la entidad en cuestión.
Mientras tanto las escenas se repiten en Beirut, donde gente camina tomada de la mano—entre los mismos avisos de Coca Cola y tarjetas de llamadas baratos a las mismas ciudades olvidadas en el norte de Africa. Mis hermanos y hermanas siguen flotando apuradas creando cultura. Mezclando idiomas y comidas y riéndose de los mismos problemas, con los mismos oficinistas (con otra ropa) aplanando las veredas quejándose del calor.
La cultura nueva, mezclada y sabrosa la creamos a los márgenes de la cultura oficial de los museos. Cuando abrimos las mentes y nos reímos con nuestros hermanos negros y hermanas musulmanas.
(Este texto fue parcialmente escrito en septiembre de 2014, en el 11e arrondissement de Paris)
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