La arremetida de lo imprevisto en la sociedad nos pasa la cuenta. ¿Cuantas rayas por metro cuadrado en las calles de la ciudad, cuanto adoquin de piedra de montaña sacado de cuajo y puesto en la barricada de la esquina, cuanta esperanza, rabia, desazón e impaciencia sin terminar, inconclusas?
Ahora, las avenidas sin semáforos son dirigidas por el pueblo, el pulento pueblo que se reveló a si mismo cansado de si mismo y de como lucia su rostro en el espejo de las sociedades emegentes. – Prefiero ser pobre y mortal que rico en edificios que parecen escenografía- me decían al tirarles una moneda por la labor de dirigir el transito en las grandes vías.
Todo cambió y seguro seguirá cambiando ya que hoy lo imposible si ocurre y se transforma en cotidiano. Nos tomó 20 años salir de una dictadura que regía el territorio sin las leyes de las Tecnologías de Información. Nos tomó otros 30 el darnos cuentas cuan inbéciles habiamos sido al creer lo que decian las pantallas en las casas, calles y teleéfonos inteligentes. Y nos tomará 40 años más poder volver a ser algo que no sea una copia infeliz del eden de una sociedad moderna del emisferio a coordenadas positivas.
Han sido duro estos 46 últimos años, donde a la macro escala siempre hemos vivido en la catástrofe ya sea natural, la de los merccados emergentes y ahora la del desgaste de las emosiones por un devenir sin devenir que tienen los jovenes en las calles ya cansados. A la micro escala se vive bien, se es feliz con un café pensando en un futuro que ahora, con más certeza que incerteza, se ve complejo y que a destellos de noticias y eventos novedosos parece que nunca llegará. Como ocurre con la luz tras las cortinas de vidrio en esta ciudad
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