Estoy muerto de susto, de frío, de hambre, de cansancio… Son muertes falsas, superlativos, exageraciones de poca monta. La parca, la pelada, la ingrata, la pelona y numerosos eufemismos son la experiencia verdadera, los encuentros de los que nadie puede decir algo, porque nadie ha vuelto. A menos que uno crea en médiums y otras sandeces.
A veces la muerte llega como salvación, algo así como ‘después de una larga enfermedad…’ en que es un alivio, porque cortó el sufrimiento y el dolor del cáncer u otro tabú mortal. Otras veces es la injusticia inesperada de una vida alegre que todavía tenía mucho que ofrecer. Esta última es una muerte dolorosa que rogamos no enfrentar.
Hay muertes indolentes, muertes distantes, genocidios, muertes esperadas. El amor nos hace vulnerables a la muerte de otros, pero ¿quién quiere vivir sin amor? Creamos y amamos y abrimos flancos al dolor de la parca. Es un trato que vale la pena: ganamos más de lo que pagamos, pero hay momentos en que cuesta recordarlo.
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