Las ideas no mueren; las palabras a veces sí, a veces no. Los cuerpos cansados siempre fenecen: cada día vivimos un poco y morimos un día a la vez.
En este universo entrópico tratamos de aferrarnos a una instantánea. ¡Flick! y Vicente es eterno. ¡Flick! Juan Luis Martínez. ¡Flick! Jorge Teillier es capturado escribiendo poemas mientras empina el codo. ¡Flick! Y ya se fueron, dejando palabras que nosotros cuidamos como hueso de santo.
¿Qué cuidamos cuando atesoramos las palabras?
Sonidos, ideas, momentos. Intangibles, conexiones neuronales. Té con pan tostado con palta y un libro manchado por accidente. Ropa húmeda por la lluvia: no nos dimos cuenta mientras leíamos.
No fosas vacías, flores secas, cruces chuecas por el viento marino. No la ausencia de familiares cercanos. Esos son parte del capullo de Vicente, lo que dejó atrás cuando paso a nuestra imaginada eternidad.
Antes de ayer caminaba por un pasillo del departamento de ‘Modern Languages’ en un intento de hablar con un tutor de japonés. De repente un retrato me miró desde una puerta: Huidobro dibujado por Picasso. Nueve mil kilómetros y tanto de recuerdo. Su tesoro nos asalta desde las puertas.
Cuando sea mi día quiero que me transformen en cenizas. Algún voluntario se orientará desde donde viene el viento—para evitar accidentes desgraciados—y liberará mis moléculas. Ojalá que en un bosque (no pino radiata, por favor), o en un río. Y así coy a estar en todas partes, una molécula a la vez.
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