Vienes tarde otra vez, como tren de carga

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Minirelato desesperado

Amanecí preocupado por el bosque esclerófilo chilensis. ¡Quién lo diría! Levantarse pensando en el maldito litre—alérgico sea tu nombre—el peumo críptico de nuestros días o el boldo que con sus aguas nos sana y confunde. ¿A quién se le ocurrió llamarlo Peumus boldus? Ah, Molina. ¡Por la chuta, qué clase de elección diabólica, poh Molina!

Bueno, la cosa es que amanecí pensando en nuestro bosque que se seca a más no poder. Milenios sobreviviendo tranquilamente y entre todos lo estamos tornando color café muerte. A ver, cabros, cabras y cabres, hay que ponerse las pilas, cortar el weveo con el agua para las paltas, las granadas o lo que sea que esté de moda plantar entre medio de nuestro tesoro esclerófilo. No podimos seguir produciendo gases de invernadero a este nivel, vesanía su señoría, no hay offset que aguante esta guachafita; me puse venezolano del puro escándalo.

Tal vez si pedimos por favor, que queremos que nuestra descendencia pueda enamorarse del bosque esclerófilo. Se ponen cartuchos con un cuadro de Monet o de Van Gogh, ¡Ay que la sopa, que el puré, que la cacha de la espada! Pagaría mil Van Goghs por mi bosque esclerófilo: hay poleras, papel confort, fotos de alta resolución de los cuadros desorejados. Nuestros árboles se van, para siempre.

Para siempre. Y seguimos con la misma guachafita.

Decarbonizando.

Minicuento de oficina

Tengo unos cactus chiquitos, como de juguete, en mi oficina. Son tan chiquititos que reniegan de la gramática e insisten en llamarse cactuses. Toman unas pocas gotas de agua cada par de semanas y quedan turgentes de felicidad. Uno de ellos tiene el pelo sedoso, como muñeca antigua; otro es punk con extremidades que cortan de mirarlas. También hay uno desgarbado y con bigote, que se parece al Profesor Jirafales. Sea como se vean, todos mis cactus son heróicos, sobreviviendo en el marco de la ventana mientras empujan los límites de su nicho ecológico. Tengo unos cactus chiquitos y valientes en mi oficina.

El porvenir de las escafandras

A principios del siglo veinte todo hacía presagiar el fin de la escafandra, los zapatos de plomo y el traje de género. Las profundidades cedieron el misterio al espacio, el espacio a los computadores, los computadores a los teléfonos y los teléfonos a las redes sociales. Pero por décadas hemos calentado el planeta y secado nuestros queridos árboles, al punto de que el océano sube y las casas de playa quedal al mismísimo lado de las olas.

Estoy invirtiendo mis ahorros en escafandras de bronce, vidrios gruesos y una lámpara lateral para la lectura. Así puedo sentarme en la silla de playa, tomar el sol y seguir soñando con cochayuyos, pulgas de mar y cangrejos lateralcaminantes. El porvenir de las escafandras es brillante, por lo menos hasta que volvamos de las redes sociales a los teléfonos, de ahí a los computadores, luego el espacio y a admirar el fondo del mar.

Cosma al rescate

La historia de la astronáutica chilena tiene un antes y un después de Cosma Nahuelpán. Los ingenieros fomes de costumbre sacarán a relucir unos satélites que parecen cajita feliz, o unas antenas que explotaron en pleno ascenso al espacio. Sin embargo, nadie desde el Teniente Bello había capturado el alma nacional como Cosma. La misión Pewén hubiera chocado contra asteroides sin su destreza digna de flipper ochentero. ¿Quién arregló el hiperjet con un pinche de pelo y un tubo de neoprén? Cosma. ¿Quién germinó las primeras semillas de foye* en el espacio? Cosma. ¿Quién comunicó el logro de la misión al llegar a destino? Obviamente Cosma. Derecho de la escuela numerada de Quecherehue a heroína mundial, saltándose a los mediocres apitutados de costumbre. Cancha, tiro y lado… Cosma nos permitió creer de nuevo.

*Foye, foyke, canelo, Drymis winteri

Christchurch-Monterrey

Después de las formalidades de llamadas de larga distancia, saludos de Año Nuevo y disculpas por diferencias horarias volvemos a la conexión usual. Como si hubieramos estado hablando la semana pasada o, tal vez, la antepasada. Ese click instantáneo es una de las virtudes de muy pocas amistades, más aún si estamos hablando de casi cuarenta años.

Para variar terminamos en un tema curioso, un apocalipsis de zombis en La Habana, ciencia ficción China y otras curiosidades literarias. No sé cuando vamos a hablar de nuevo, pero sí sé que va a funcionar como de costumbre, como si solo hubiera pasado una semana y trayendo temas dispares, casi inverosímiles, pero siempre interesantes.

Tatuajes

A veces, los días de lluvia revelan los tatuajes de los árboles. Tribus, gangs, clubes de membrecía exclusiva quedan marcados en la corteza (o bajo ella). Así los árboles se reconocen, guiñan con las ramas y dicen hola. Después con el sol pasan a estar nuevamente de incógnito.

Eucalipto tatuado (Foto: Luis).

Ultimas ocho horas

Son las últimas 8 de las 8.784 horas de 2020, tiempo para meditar en nuestra partición artificial del universo. Pasaremos nuevamente un punto arbitrario en el espacio, que hemos elegido como el fin, y el comienzo.

Diversidad de colores e inclinaciones (Foto: Luis).

La estación espacial internacional cruzó el cielo anteanoche, una luz veloz mirándonos como hormigas; ni siquiera, como microbios pululando entre cruces del punto arbitrario. Y así de pequeños sacamos los bosques, pavimentamos el suelo y cambiamos el clima, de mentes muy pequeñas para entender.

Les deseo un año diferente, de libre circulación, menores temperaturas, más lluvia, menos preocupación, más árboles, menos estrés, menos violencia, más cambio, más democracia, con menos víctimas. En definitiva, un año más humano. 2020-12-31 15:50 NZST.

Pasadismo

Difícil también ver y entender este año hacia atrás (Foto: Luis).

Futurismo

Sitting in carwash
Difícil ver lo que viene (photo: Luis).

De mención

Almorzar con doce personas más no debería ser digno de mención, no se trata de una última cena, aunque tiene la distinción de suceder en un 25 de diciembre.

No es porque sea multinacional y haya chinos, egipcios, australianos, ingleses, italianos y latinos varios, aunque bien variados los acentos y la conversación.

No es porque la comida haya sido parejamente excepcional, aunque el jamón al horno estaba muy bueno y había cuatro ensaladas excelentes.

Lo que lo hace digno de mención y excepcional en el contexto de este año de paréntesis, enfermedad y distancia es que estábamos todos ahí. En persona, sin máscaras y despreocupados de enfermarnos porque no había covid19, a los 43.5 grados de latitud sur en Christchurch, isla sur de Nueva Zelanda.

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