Tren de carga

Vienes tarde otra vez, como tren de carga

Autobuses

A pesar de mis mejores intentos ciclísticos, hay veces que no es posible utilizar el furioso biciclo. Por ejemplo, este mes estoy haciendo clases tres días a la semana, lo que implica un cambio de vestuario. No, no estamos hablando de chaqueta y corbata, pero de camisa decente y pantalones largos limpios. Debo reconocer que en ocasiones me da flojera, y en vez de cambiarme de ropa despues de bicicletear, simplemente tomo un autobús.

Ah, el homo santiaguensis tirita al pensar en autobuses y Transantiago. Sin embargo, yo estoy hablando de autobuses que pasan a la hora, con choferes que no andan a escupitajos con los pasajeros y sin cumbia desenfrenada mientras compiten con otro recorrido. En general, me refiero a la version típica, aburrida, anglosajona de chofer de autobús (de la que hay excepciones, por cierto).

Como en todas partes, uno podría hacer una tesis de doctorado estudiando el transporte público. Pero esto es un blog, así que los comentarios de carácter sociológico se limitan a un párrafo. En resúmen, la hora es de crucial importancia. Generalmente tomo un autobús a las 7:20, 7:50 u 8:20. ¿Pueden detectar la serie? Los autobuses pasan cada media hora. El de las 7:20 es de gente que va al trabajo, el de las 7:50 rebalsa estudiantes y el de las 8:20 es de gente que entra a trabajar un poco más tarde. Los de las 7:20 y 8:20 on también de immigrantes. El otro día creo que había solamente un kiwi (persona nativa de NZ) en todo el vehículo; el resto eramos una muestra de las Naciones Unidas, con un sesgo por países asiáticos. El de las 7:50 es un poco menos multicultural, pero todavía hay una buena cantidad de estudiantes que claramente vienen de otra parte: chinos y japoneses abundan.

Cualquiera sea la hora yo contribuyo al aspecto internacional de ‘la máquina’. Mi uniforme está conformado por mi fiel bolso de cuero (con un par de libros y el macbook pro), algo para leer (usualmente The Economist) y una bolsa plástica que — con total carencia de elegancia — lleva mi almuerzo. Lo que no extraño son los vendedores ambulantes porque aquí no hay ‘señoras y señores pasajeros…’ Tiempo promedio en mi viaje: 13 minutos.

Teófilo Pablo y el día que saltó de la escalera

Nada más admirable que una tarde de viernes sentado en una terraza.

Ya medio burgués o burgués y medio leo sobre pájaros, una carta que me envió el Maestro hace algunos años desde Paris, las noticias sobre vientos de igualdad y tomo jugo de naranja con galletitas “Social Club”.

Nada más ridículo, contradictorio pero internamente gratificante.

En ese momento Plaf! la vida gira en 180°C. Teófilo Pablo en cámara lenta cae a mis pies y se destroza la nariz en el borde de un macetero.

Todo tirado por la borda. Placer de viernes, placer de lectura, placer de tranquilidad consumidos por la fuerza de gravedad, la aceleración y los 90 kg de este ser humano que no sabía de su vértigo a los techos y menos sabía de como volar.

Pocas alternativas que barajar sobre la mesa, salvo llamar con mi “all connections cellular” a emergencia local para volver rápidamente a la normalidad de viernes burgués y de terrazas.

Nada más problemático ahora. Teófilo Pablo está inconciente y la sangre ya llego a dos de cuatro patas de mi blanca silla.

Bajo un tormento amargo busco una toalla y papel para simular que el acto de volar y su resultado sangroso no es tan grave como lo muestran las evidencias.

Sentado en la ambulancia ahora recorro las mismas calles que hace algunas horas me llevarían al placer imperdible de una terraza de viernes. La velocidad no es la misma como tampoco lo es esta misma circunstancia de serie 911.

Egoísta como soy, trato de sacar ejemplos de existencia. Reflexiono sobre la gran posibilidad que me pone la vida de acumular algunas historias algo más intrépidas y audaces que hacer clases en una universidad de prestigio ganado.

Ya la sangre se ha ido por la alcantarilla, la (in)conciencia de Teófilo Pablo ha vuelto a su lugar de origen y sólo falta detallar recetas médicas para volver a mi estado primario de viernes por la tarde.

Dice una auxiliar de aseo que ya son los últimos exámenes y que el atraso se debe a una gran señora que se quedó trabada en el túnel del scanner.

Miro de reojo por la puerta. Una morena enfermera de plásticos guantes me sonríe y me devuelve el placer de una tarde de viernes y terraza.

PD:

Cuidado que el lenguaje puede ser un virus…

Todos los once de Septiembre

Tengo vagas memorias: haciendo cola para comprar algo (¿detergente quizás?), y después helicópteros volando bajo, cuerpos tapados con papel de diario, el temor de insistir a mi madre ‘vuelve luego’… Juan Moya Morales, Ñuñoa a mucha honra, era mi universo. Y exilio, país tropical, vida nueva y diferente. Un conocido nuestro que decía: el amargo caviar del exilio.

Corte. Protestas, arrancando de los pacos y después de un tiempo largo — eterno — hubo algo de cambio. Sensación de alivio, de oportunidad, aunque después los partidos de siempre se encargaron de opacarlo. De todas maneras, el once de Septiembre era dolor propio, el día que cambió mi mundo, o mejor dicho el mundo de mis padres: yo tenía seis.

Muchos años después vino el otro once de Septiembre, ese día de los aviones de pasajeros convertidos en bombas. Y fue el nuevo día que cambió el mundo; si no eso, al menos hizo andar en avión una experiencia incómoda y llena de trabas. Perros oliendo el equipaje, guardias muestreando mi ropa por restos de explosivos, sacando la batería de los laptops, llevando botellas transparentes con menos de 100 ml de lo que sea. Medidas probablemente inútiles para proveer la ilusión de seguridad. Pero lo más importante es que me (nos) robaron el otro once de Septiembre. Si hablo con alguien, ellos me dicen ’sí, por supuesto que recuerdo las twin towers‘. Y yo, un poco desesperado, contesto ‘no, me refiero al otro once, ese tercer mundista, you know, Chile’s eleven‘. Y ellos ‘Chili?’ Y no hay caso, desapareció la fecha.

Poco a poco es como esos debates que desaparecen porque murieron todos los involucrados. Carrera versus O’Higgins. Cementerios católicos versus cementerios laicos. Todavía no sucede, pero vamos en ese camino: un día en que el lumpen siente que tiene permiso para dejar la grande. Pero, ‘¿por qué estoy quebrando vitrinas? No importa, es entretenido hacerlo’. Si nadie recuerda o sabe que algo pasó, ¿significa que nunca sucedió?

Magia atrás

Sueños con magia marcha atrás “sorti” de la primera mirada de este día gris.

Nada fácil de imaginar. ¿Presente mirado desde tu pasado, olvidado y pasado atrás por noticias más interesantes del día?.

De mi libro surgen pájaros a buscar nuevas ramas secas, al tiempo de tu pasado que son imágenes logicas ciertamente lógicas en tu cabeza.

La velocidad se logra fácil cerrando los ojos y viendo pasar los destellos que eso produce. Si nada o nadie lo impide, el acto es perfecto y nada de peligroso.

Y ahora he caído (con mi para-caídas) a un tiempo pasado:

LINK A VIDEO DESAPARECIDO DE LAURIE ANDERSON

Rescato y guardo en mi caja de bronce las tecnologías que están construyendo las nuevas pirámides de Egipto!

El carbón se hace humo y contamina, pero el combustible de TRENDECARGA a golpes de bits estabiliza rápido el giro del planeta.

La oficina de tren de carga

Después del artículo anterior el lector puede haber quedado con la idea de que somos algún tipo de pasquín verde, que pasa todo tipo de prueba ecológica. Sí, tenemos algunas virtudes, incluyendo que nuestro web site hosting es ‘carbon neutral’ (compran créditos de carbono o algo similar). Pero ustedes no han visto la oficina central de ‘Tren de Carga’. Gastamos una buena cantidad de kilos de carbón para mantenerla en movimiento y el fogón produce un calor digno de calentamiento global.

Nuestro sistema de comunicaciones es eficiente, banda ancha, pero con un toque clásico. Nada es plástico y no hay pantallas que estorben, sólo algunos diales, perillas que producen un nivel masculino de ‘tactile feedback’. Acero puro, forjado en Detroit: hoy en día uno ya no puede comprar oficinas como esta.

Gélido en bicicleta

La temperatura es 0.1 grados Celsius y voy pedaleando a trabajar. Es uno de mis gustos: cuatro coma cincuenta y seis kilómetros o entre once y quince minutos dependiendo del viento. El otro día descubrí que soy parte del 6 por ciento de gente en Christchurch que viaja en bicicleta al trabajo y estoy orgulloso de eso. Da tiempo para pensar y sorprenderse, de ver un par de barrios a otro paso, de hacer un poco de ejercicio, de ahorrar un poco de dinero, de reducir mi uso de energía y aliviar mi impacto sobre el ambiente. Mata una bandada de pájaros de un solo piedrazo.

Estamos en primavera y uno esperaría que la temperatura fuera más cortés con los ciclistas. Sin embargo, la definición de primavera es tajante: empieza el primero de Septiembre — fácil de recordar y no cambia — y que se vayan a la cresta los equinoccios. Viene sin garantías, y no hay a quién reclamarle que las sendas en el parque tenían escarcha y que el pasto se veía cubierto de cristales blancos que seguían las formas de las copas de los árboles. El sol ya había derretido el resto.

Pero ciclista preparado vale por dos. El equipo es simple:

  • Giant Innova negra con 27 cambios (versión para commuting), un par de panniers (bolsos que van atrás en la parrilla) y todo tipo de luces parpadeantes adelante y atrás.
  • Pantalones de ciclismo — de esos que llevan otro short encima, no es cosa de verse como Nureyev — para proteger el trasero y otras partes pudendas.
  • Un gorro delgadísimo de lana merino que va bajo el casco, para no terminar con el cerebro congelado.
  • Un pullover de polartec 100, liviano porque despues uno entra en calor, cubierto con una chaqueta de algo parecido al Goretex, pero más barato.
  • En las tardes le sumo una de esas chaquetas color naranja, con franjas reflectantes, como las de obreros de construcción o vialidad. En realidad no como, son las mismas chaquetas. Baratas y visibles hasta el dolor de ojos. Todo sea por no terminar con otro vehículo encima.

Hoy fue un buen día, con sólo doce minutos de viaje (poco viento), un sólo semáforo y nadie pasando con un automóvil a cinco centímetros de mi manubrio. Día con un sentimiento de libertad en que todo calza al mirar las casas pasar lentamente a mi lado. A pesar de la baja temperatura — o quizás por eso mismo — llegué con el espíritu alto a mi oficina, a inventar cosas extrañas y a pensar ideas diferentes.

Desde el futuro

Vivo a GMT más doce, o sea cuando es mediodía en Greenwich (Inglaterra) aquí son las doce de la noche. Quizás seas más familiar con Santiago; cuando es mediodía en Santiago aquí son las 4 de la mañana de mañana. Me gusta decir que tengo el secreto del futuro: números ganadores de la lotería (5, 8, 9, 14, 16 y 29, por si acaso), las primeras planas de los diarios del día siguiente, hechos que cambian el curso de la historia, o cosas pequeñas como si va a llover mañana. Puedo decir que La Cuarta viene con unas vedettes con los pechos al aire, apenas cubiertos con letras que dicen ’subió el pan’. Con dieciséis horas de anticipación sé todo esto y más.

Pero es mentira, las etiquetas que llamamos horas y tiempo son tremendamente relativas. Y tus diez de la noche y mi mediodía de mañana son lo mismo: sólo punto de vista y estar al lado opuesto del planeta no concede super poderes o una ventaja. No sé ni más ni menos, y no he ganado la lotería; pero créeme, algún día esos van a ser los números ganadores. Una gran diferencia, celebramos año nuevo antes que el resto del planeta.

Hotel

Hace 5 horas estaba sentado en la puerta 10 del aeropuerto de Santiago.

Hace 3 horas miraba por la puerta 6 del aeropuerto de Buenos Aires.

Hace 1 hora buscaba un hotel donde dormir en Quebec.

Hace 10 minutos me acosté pensando en las actividades de mañana, las del próximo mes y en leer un poco el libro de pájaros que me regalaron en recepción de entrada.

La luz entra suave por los vidrios amplios del decimo piso.

Hace 100 años que comencé este viaje que todavía demora un poco más.

Los libros de la buena memoria

Durante mis estudios en la universidad andaba ‘a palos con el águila‘ o ‘a patadas con los piojos’. Escaso de dinero, siempre corto, beca de almuerzo y deuda grande de crédito universitario. Pero muchas veces estaba contento con super poco.

Apenas tenía un poco de dinero, gastaba la mayoría en libros. Libros de poesía sobre todo. Poetas malditos, poetas acomodados, poetas en decadencia, poetas con mucho dinero, poetas enfermos, poetas pobres, poetas sanos, poetas vagos, poetas de todos colores. La mayoría eran chilenos: la facilidad de coleccionar lo cercano. Y tuve Turkeltaub, Zurita, Maquieira, Rojas, de Rokha, Lira, etc. Desde esa época he tenido casa, contenedores, casa, camion, casa, avión, casa… y muchos libros perdidos. Todavía hay unas pocos libros que se salvaron: ‘Del relámpago’, ‘los Sea Harriers…’ (versión original firmada por el autor); pero la mayoría están en limbo. No estoy seguro de que pasa con ellos. Estan missing in action, con incertidumbre colgando de su destino final, quizás guardados en una caja polvorienta, quizás vendidos por una miseria a una librería de segunda mano. Recuerdo a un veterano de guerra en una calle en Gainesville, sentado en una silla de playa y con un lienzo que decía ‘you are not forgotten’ refiriendose a prisioneros en Vietnam. Igual, es difícil olvidar libros.

Libros y música son substancialmente diferentes. Si regreso a escuchar ‘Close to the edge’ (Yes) suena bien, pero terriblemente anticuado. Sin embargo, si leo ‘Desplazamientos’ (Federico Schopf) todavía se defiende a gritos y patadas del paso del tiempo. Quizás por eso es que me sentí contento al encontrar (o descubrir para mí mismo) el sitio Memoria Chilena, mantenido por la DIBAM (Direccion de Bibliotecas, Archivos y Museos). A todo esto, ¿Cuál es la fascinación de las instituciones públicas con las siglas?. La maravilla tecnológica de leer nuevamente “Canto a su amor desaparecido” (Zurita) o “Proyecto de obras completas” (Lira) y la tortura de poder ver sólo la cubierta de “La nueva novela” (Martínez).

La delicia de reencontrar a mis amigos, no en hojas de papel pero en partes de un archivo:

Canté, canté de amor, con la cara toda bañada canté de amor y los muchachos me sonrieron. Porque escribo estoy así Por que escribí porque escribí ‘es toy vivo’ la poesía terminó conmigo.

Así es la historia, gracias DIBAM y quién quiera que sean los auspiciadores. Gracias desde lejos y gracias a Spinetta por producir el verso que titula este artículo.

Sopaipillas

Uno de los aspectos interesantes de viajar es el probar comida diferente, incluso diría exótica en algunos casos. Uno puede ir a la segura y usar una de esas guías de viaje (Lonely Planet, The Rough Guide, etc) o simplemente atreverse a tomar algunos riesgos. Ciertamente ‘Zorba The Buddha’ en Agra era un hallazgo digno de destacar en una guía, pero muchas veces lo mejor y lo peor no están registrados en ninguna parte.

M siempre me dice: ‘tú puedes probar lo que quieras, pero si te enfermas te cuidas solo’. Así he probado excelente comida en puestos ambulantes y mercados en los lugares más extraños (y nunca me he enfermado seriamente). Si de alguna manera uno se disocia de lo familiar, es posible ver los puestos de sopaipillas con ojos de visitante. La fritanga de masa con un aceite que parece de motor, oscuro de haber sido utilizado demasiadas veces — y sin intención de cambiarlo. Un olor penetrante con color anaranjado por el zapallo, o pálidas si son del sur, donde el zapallo es anatema.

El puesto estará ubicado bajo un poste del alumbrado público, que presta su luz, o iluminado por una ampolleta que se cuelga de algún punto indeterminado (e ilegal) de la calle. La sopaipilla será envuelta en papel y el aceite avanzará inexorablemente hasta cubrir todo el papel y las manos del comensal. Su efecto en el sistema digestivo del viajero es impredecible. ¿Yo? Jamás me he enfermado con las sopaipillas de la calle.

Claramente los puestos de sopaipillas merecen un lugar destacado en el programa del viajero a Sudamérica. Altamente recomendado

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