Tren de carga

Vienes tarde otra vez, como tren de carga

La medida de la muerte

La muerte llega estos días de la mano de un virus incognito que, en su camino hacia el invierno del sur, deja atrás millones de cruces enterradas en cementerios improvisados como aquellos cunado niños dejábamos a nuestras mascotas.

La muerte en este tiempo, al igual que el impacto de un cometa em la superficie de un planeta, ha congelado la vida no permitiéndonos el último beso en la frente, la última caricia o el último mirar de unos ojos en vida de un querido.

Pero, ¿que hacen los científicos estos días cuando ella, sentada en la sala de espera de una UCI, aguarda al próximo pasajero que cruzará el Aqueronte?

Con modelos matemáticos, estadísticas complejas y peleas en el ring de los supuestos intentamos dar de una vez por todas con el número mágico exacto que represente la imagen de su medida.

Ella, que ha acompañado al homo durante siglos a través de su trayectoria, mira para atrás, se ríe y sigue con su meticuloso e implacable trabajo.

Una tela de cebolla

Chile es un velo, una tela de cebolla que cubre livianamente el paisaje. Es como uno de esos campos llenos de arañas australianas que viajan con sus paracaídas blancos, cubriendo absolutamente todo. Hay quienes argumentan que las instituciones con columnas jónicas y bibliotecas con leyes y decretos son una señal gloriosa de desarrollo. Bueno, eso y los notarios poniendo timbres, y firmas apuradas con lápiz pasta denotando eficiencia. ¡Hemos dominado y construido el paisaje!

Pero si uno mira con cuidado, la lámina de órden está hecha de cholguán, fonolas y pieles de gato teñidas con manchas de jaguar. La abundancia de hoyos se tapa con una mezcla de sopaipilla y chancaca untada hasta ser translúcida; o con mortadela cortada de visita, que es mucho más sabrosa (en mi humilde opinión). Si llueve mucho, o tiembla fuerte o aparece un bicho chico empiezan a relucir los hoyos.

Es de buen pobre guardar la base de la cebolla, plantarla y cosechar una nueva meses después. Así podemos tener más telas—cosidas con hilo negro y pegadas con engrudo—para cubrir los bosques de hualo, de espinos, y de ulmos. Un nuevo velo para cubrir levemente el paisaje, por lo menos hasta la próxima crisis.

Campo cubierto de telarañas en Australia.
Arañas Australianas (foto: EPA).

Lo que no se pierde

Después de meses navegando sin claro futuro, tratando de adivinar la próxima hora en base a historias y recuerdos quebrados en el suelo, me pregunto: ¿que va quedando?.

Después de haber recorrido durante medio siglo horizontes que esconden colores estridentes, bosques húmedos de hojas recicladas y profundas, me pregunto: ¿que vas sintiendo?.

Despues de haber descubierto abismos interminables, como surcos infértiles de hielo en la piel de un polo terrestre.

Después de haber sentido el silencio y de haber olido el perfumen de una imagen en una manaña post-tormenta.

Después de haber visto las alas de un albatros en el filo de una ola oculta por el humo de los cruceros.

Después de estar encerrado tanto tiempo en la jaula de mis torpes ideales…

¿Que es en realidad,

lo que la memoria no quiere dejar,

lo que no se tranza ni por un día más de sol,

lo que no se pierde y al final escogeras para llevarlo contigo a tu regreso?

Esperanza de vida: una explicación de mi trabajo

A veces la gente me pregunta “¿En qué trabajas?”. Sabiendo lo que viene, les contesto “Soy profe en la U”, sin entrar en mucho detalle. La pregunta obvia que el incauto personaje puede hacer es “¿Pero qué haces en concreto?”.

Pucha, en definitiva lo que paga las cuentas es mi trabajo con números o, más preciso, con estadística. Es un secreto a voces, pero si no se han enterado, les cuento que la estadística usa un lenguaje altamente poético.

En vez de decir que produzco promedios digo valores esperados o, aún mejor, hablo de estimar esperanzas. Y tengo bondades de ajuste y al final del día pruebo Kolmogorov–Smirnov, que suena como a marca de vodka, pero no se bebe. Evalúo verosimilitudes y las multiplico por mis creencias, para acotar nuevas Esperanzas, lo que suena Bayesiano y Cortaziano al mismo tiempo. 

También dibujo harto, pero con código en vez de con lápiz y papel, para producir un puntillismo detallado, lineas del nazca medio borrachas o jorobas de camellos y dromedarios. Desde el punto de vista verbal, mi mayor herramienta son los insultos abundantes contra el computador, por su incapacidad de entender mis instrucciones imprecisas.

¿Ven? Mejor se hubieran quedado con que trabajo de profe.

P.S. Esto es parte una serie de relatos en cuarentena.

Flotilla

Un día de otoño tibio y despejado no se desperdicia a los 43 grados latitud sur—porque pasan tarde, mal y nunca—así que estábamos trabajando en el jardín.

—¡Toma! —gritó lanzando algo en una curva amplia.
—Pero… —dije estirando el brazo automáticamente para agarrar el objeto: ¡malditos reflejos!

Era duro y suave como piedra por un lado, frío y ligeramente húmedo por el otro. Un caracol, criaturas perversas con las que tengo una relación de amor-odio. Por un lado, los traidores comen las plantas, saboteando el trabajo del todo el año. Por el otro, ¿han visto una familia de caracoles en la lluvia?

La vereda cubierta con una película húmeda y resplandeciente, quebrada por las figuras de una familia de caracoles como flotilla explorando un nuevo mundo. Una nao capitana guiando decenas de nuevos caracoles.

No tuve el corazón para eliminar el caracol, que vivió para contar historias otro día más.

PS: De mi serie Minirelatos de cuarentena.

Vivir en la pandemia

Visitarnos, saludarnos y abrazarnos era cosa común desde siglos. Han cambiado modos e intenciones con el tiempo pero siempre el poder conversar y decir que existíamos en el lenguaje fue nuestro objetivo.

Ahora, desde que la palabra pandemia se volvió experiencia práctica y llevó de súbito nuestros libres movimientos a un encierro perpetuo, tememos al vecino, al aire, al ruido y a al vacío que hay afuera.

Fuimos obligados a cambiar nuestros modales de verbena en fiesta perpetua por modales de astronautas que orbitan a velocidades increíbles alrededor de un viejo cuerpo celeste.

Normas de higiene y horarios estrictos nos hacen recordar la debilidad de una especie que, avalada por la globalidad de sus movimientos, ya se pensaba todo poderosa.

Epistolario de perros

Newton, mi quiltro picante y peleador, me cuenta que los perros tienen dos vejigas: la de interior y la de paseo.

La de interior, también llamada “de caballero”, es de poca monta y sirve para pasar la noche sin salir al patio-baño. La de paseo es tremenda, y ocupa un cuarto del volumen del perro. Permite escribir el abecedario completo en postes y árboles, componer epístolas de amor y refutar (en varios volúmenes) teologías caninas que han producido un cisma o dos.

Por eso cuando volvemos de un paseo—parte del contrato que incluye 10.000 pasos diarios—Newton consume cantidades descomunales de agua. Hay que reponer el tintero, para prepararse para mañana, que viene con más cartas, discusiones y recitadas de abecedario con emojis y todo.

Cuentan los antiguos

Cuentan los antiguos que cuando los volcanes amenazaban con lava, los terremotos quebraban huesos o los incendios consumían bosques enteros había que hacer un sacrificio. Un pequeño animal, una comida especial o un cántico rítmico apaciguaban a los dioses. El fuego retrocedía, el volcán ladraba pero no mordía y la madre tierra se relajaba con uno que otro estertor hasta alcanzar calma completa.

Pero ya no tenemos a los antiguos y los dioses modernos son de plástico con un microchip que abre las puertas a los templos del comercio. No basta una canción o un plato especial; es hora de subir la apuesta y sacrificar humanos.

(En general de los más baratos parece ser una buena idea. De cota baja, ciudadanos de a pie y buenos para el fanshop y el completo)

Cuando en el futuro hablen de los antiguos se van a referir a nosotros, preguntándose por qué transamos vidas por tarjetas de plástico.

Estoy lejos del mar

Sábado, 4 de Marzo 9:40 hrs. Vamos caminando por un sendero que nos lleva hacia antiguos bosques que han sobrevivido el efecto invernadero y las olas de un mar de calor que nos llegó de repente.

Estamos lejos del mar, de su humedad y de sus movimientos que mueven nuestros corazones como las madres mecen a sus hijos en el profundo crepúsculo que precede a la noche.

Es de sabios decir que llegaremos pronto a esos bosques donde seguro se abrirá un paisaje que nos permitirá descansar y reponernos de estos seis meses donde el recorrido ha sido duro.

Pero estamos lejos del mar, de su ruido iterminable que con su golpe marca una orilla indefinible que separa para siempre los infinitos mundos del agua, el aire y la valdía tierra.

¿Y si buscamos el agua al sur?

Santiago, 1 de Febrero 10:30 am. La paradoja de cambio asociada a una sequía implacable que cubre los campos convirtiendo el verde de las fotosíntesis en baldosas de arcilla ya es nuestra realidad.

Hemos tomado nuestras maletas cargadas de hechos concretos yy fundamentales para huir de un calor que sobrepasa en tiempo y espacio hasta los más adaptados filos de la materia.

Sabiamos que si viajabamos al sur encontrariamos el agua en formato de lluvia que ya casi habíamos olvidado. Nuestro deseo no es más que sentir la humedad en nuestras caras y manos ya partidas por el norte.

La promesa fue cumplida y bajo esa lluvia al sur volvimos en parte a la vida. Esa ya perdida por tanto evento que desarma hasta los preceptos más profundos cconcebidos por la historia de estas calles.

Ahora estoy en la puerta, mirando a los míos que sonrien y sueñan juegos de invierno. Invierno que no llegará a nuestras casas si se cumplen las profecias de los científicos lunáticos de siempre.

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