“No seas tropical”—me dicen indignados. Las desviaciones del color marengo y café carmelita los ponen nerviosos.
Debería conformarme con café instantáneo y kilos de azúcar, las comidas de costumbre y los paseos de otrora.
Hoy me despierto y hay lagartijas en los rincones, aire tibio y húmedo, gente tremenda que se mueve a otro ritmo. Veo un manglar desde la ventana y barcos que guiñan al ritmo de las olas.
Cada vez que vuelo me da cargo de conciencia con los kilos de carbono, hasta que recuerdo que trabajo incrementando la densidad de la madera de los árboles y me relajo. Tengo créditos de carbono hasta el aburrimiento.
Bienvenido a Fiji.
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