A Mercedes Miranda

Sí, la innombrable inmensidad del desierto de Atacama un día te recibió sonriendo y cantando lleno de júbilo.

Como se recibe a un amiga querida que viene de lejos o como se recibe a la flor que aparece en la ventana en el principio mismo de la primavera.

Asií de generoso fue el desierto contigo, pero también implacable mostrándote de pura confianza la cruda realidad que vivía su gente en el principio de los siglos.

También te recibieron las ciudades y las usinas a carbón que transformaban el caliche de amarillos tonos en sacos de perlas blancas para la prosperidad de otros más modernos que nosotros.

El mar siempre saliente, presente y eterno celebra tu caminar desde el nicho a la tienda de novedades y curiosidades del centro. Festeja la caminata y la instrucción directa que te salvará la vida.

Tenías una piel hermosa que no conoció la vejez. Unos dedos de cuencas que heredaste de las montañas del valle del Elqui de igual forma que tu madre.

Hoy decidiste partir después de decir gracias por el alimento porque quién más que tú sabe lo que es no tenerlo para ti y los que vienen contigo.

Aquí desde mi encierro grito, río y lloro. También canto y respiro el aire fresco de ese desierto que nos enseñaste a querer, odiar y admirar.

Aquí desde mi encierro levanto mi bandera que espero se vea desde lejos. Tan lejos como aquellos paisajes hermosos que recorriste cuando estabas a este lado de la vida.