A Sonia Reyes Paecke
Las calles corren vacias de autos y microbuses despues de las 17:00 hrs en un Santiago de paredes rayadas y perfumes de humos ácidos que emanan de bombas lacrimógenas.
En la esquina de Alameda con Portugal un grupo de chinchineros toca sus tambores y en giros orbitales marcan el ritmo de una primavera que se siente más caliente que antaño.
Un poco más al oeste la gente que ocupa la calle para un picnic o para una conferencia constitucional gritan por las nuevas posibilidades de un país soñado desde otros tiempos.
Más abajo, a un costado del cerro Huelén, una orquesta de trombones y trompetas irrumpe en la esquina siguiendo su marcha incondicional simulando ante todo una fiesta de domingo.
Alameda con Santa Rosa frente a la Biblioteca Nacional. La batalla campal, los gritos de muerte indecibles, el humo de un incendio que consume a edificios redimidos en la antigua democracia.
Llegan los Carros Rojos que con permisos obtenidos al paso de una muchedumbre congelada por imágenes del Dante no sabe si ya es suficiente lo avanzado hacia el abismo.
Vuelvo caminando a mi casa después de una tarde no reconocida en mi memoria. Me esperan las pantallas que con sus luces RGB me mostrarán una y otra otra vez la misma película.
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